Muchos llevamos tiempo diciendo que no habrá salida digna a la profunda crisis que nos carcome sin una radical regeneración de nuestra vida pública. No es posible recobrar la confianza propia y ajena necesarias para generar la riqueza social que precisamos en medio del estercolero en que algunos (demasiados ya) han convertido el espacio público de la política. No hay ni igualdad ni libertad reales, ni democracia ni prosperidad que merezcan ese nombre mientras persistan territorios de impunidad para los poderosos. Da igual que que su poder resida en las entrañas de nuestras instituciones o en el consejo de administración de un banco o de una empresa energética, da igual. Sin transparencia no hay democracia, sin rendimiento público de cuentas no hay democracia, sin gobierno abierto no hay democracia y sin democracia no hay sociedad decente, no hay futuro compartido, no hay dignidad colectiva. Decía Martin Luther King en 1967 que "el progreso humano no es ni automático ni inevitable. El futuro ya está aquí y debemos enfrentar la cruda urgencia del ahora." Y nuestra cruda urgencia es el saneamiento radical de todos los ámbitos de poder político, económico, mediático, social. De lo contrario, los Bárcenas y sus valedores seguirán medrando a costa del pueblo.
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