Durante los últimos días hemos oído hablar de la discriminación energética que condena, según Cruz Roja, a más de cuatro millones de familias españolas a no poner la calefacción por no poder pagarla. ¿Es razonable que en uno de los países con más horas de sol de la UE ocurra esto? La pobreza energética viene aumentando entre nosotros desde el comienzo se la crisis. Pero no es sólo fruto de la coyuntura adversa; existen factores estructurales cimentados en torno al oligopolio energético y el famoso déficit de tarifa que nos obligan a pagar la energía más cara de Europa. Y esto trae consecuencias importantes sobre el bienestar de nuestros hogares y la competitividad de nuestras empresas. Es hora ya de que propiciemos un cambio radical en el sistema energético español. Convertir la eficiencia energética en un objetivo colectivo, una razón de Estado. Trasformar millones de edificios en generadores y acumuladores de energía que atiendan el consumo propio y aporten excedentes a la red con una rentabilidad razonable. Emprender la transición hacia un modelo de producción y distribución energético descentralizado que no responda a los intereses oligopólicos sino a las capacidades reales que la tecnología y la ciencia nos proporcionan. Un modelo basado en la cultura internet, en el que todos aportemos y todos nos beneficiemos. Ese debe ser el camino. No es una ilusión naif, es una apuesta capital para liberar inmensas potencialidades de talento, creatividad, equidad y futuro.
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